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lunes, marzo 07, 2016

El paso del tiempo al compás de las noticias



Si hay algo que marca frenéticamente el paso del tiempo es el aluvión de noticias que los medios de comunicación: prensa, radio, televisión e internet nos ofrecen de forma vertiginosa e incansable, por lo que la noticia de ayer ya es hoy algo completamente obsoleto, a no ser que haya nuevas noticias al respecto del asunto del que se trate y que, por ese motivo, le sigan dando el cariz de “novedad”, de la que carecería si hubiera sido una noticia cerrada y completa en los hechos que la propician.

Por eso, el mejor calendario, el más implacable en la demostración de la fugacidad del tiempo y de la propia actualidad, en el sentido puramente periodístico, es el propio muestrario de noticias que los diversos medios de comunicación nos ofrecen a todas horas sin descanso y nos hacen sumergirnos a los lectores, oyentes o televidentes, en esa vorágine de sucesos, en la mayoría de los casos luctuosos o no agradables, que nos hacen estar siempre conscientes del inevitable paso del tiempo que nos arrastra a todos vertiginosamente en la espiral enloquecida en la que la sociedad de la comunicación se encuentra atrapada, sin que seamos conscientes de que esa misma velocidad creciente nos engulle a todos en el propio vacío de una realidad que, por efímera, nos consume y aniquila, sin darnos un minuto de respiro.

Se pone así en evidencia que el tiempo y su transcurso tiene valores subjetivos, por eso de que un minuto puede parecer una hora cuando se sufre o se espera; y una hora puede parecer un minuto cuando se experimenta una sensación de gozo o felicidad.   Sin embargo, en la sociedad actual en la que la actualidad se crea y propaga a través de los diversos medios de comunicación, el tiempo se relativiza aún más, al compas de las diferentes noticias que se suceden, minuto a minuto, haciéndonos creer a todos que el tiempo en el que vivimos no es el que marca el reloj, sino el que marca la rabiosa actualidad que es sustituida horas más tarde por otra y así, sucesivamente, hasta la náusea. La percepción de tantos sucesos de toda índole es la que produce, inevitablemente, la sensación de vértigo, de que el tiempo cada vez corre más deprisa, arrastrándonos a todos en su loca carrera, cuando sólo es nuestra propia mente la que acelera su mecanismo de percepción, comprensión y asimilación para poder así digerir el caudal de noticias, de sucesos, que nos bombardean constantemente los sentidos, distorsionando la percepción del tiempo que parece acortarse, a medida que el reguero de noticias sucesivas parece alargarse infinitamente.

No hay nada mejor para comprobar la veracidad de esta afirmación que intentar estar unos días “desconectado” de la actualidad, de todo tipo de comunicaciones, empezando por el teléfono, internet, televisión, radio y prensa, para empezar a saborear la gratificante sensación de que las 24 horas del día son tales y dan tiempo para hacer mucho o no hacer nada, pero disfrutando del paso del tiempo, minuto a minuto, y poder así darse cuenta de que el tiempo no es el que se acelera cada día más, sino somos nosotros los que, al vivir desconectado de las noticias del mundo exterior, empezamos a descubrir la extraña sensación, al principio, de que si nos paramos a gozar de cada instante, el tiempo pasa a ser nuestro mejor aliado y no nuestro peor enemigo que nos engulle y devora.

Para esta satisfactoria experiencia la mejor época es la de las vacaciones, cuando cada uno se libra de las obligaciones laborales, académicas u ocupacionales y se puede hacer a sí mismo el mejor regalo que es siempre pararse a vivir al compás del tiempo sosegado y constante en su discurrir y no en contra del mismo, queriendo ganarle una carrera de la que siempre será el tiempo el ganador absoluto, a pesar de los absurdos afanes del ser humano para ganarle la partida, a fuerza de querer vivir al compás vertiginoso de una actualidad que sólo vive unos minutos como tal, para ser reemplazada por otra y otra, sucesiva y vertiginosamente.    Mientras, vamos perdiendo el tiempo tratando de “estar al día”, cuando lo que hacemos sólo es dejar de vivir cada día, cada minuto, fracciones de tiempo irrecuperables, dejándonos llevar por la corriente que marcan las noticias, la novedad del momento, la palpitante actualidad que nos arrastra, sin que sepamos bien por qué y para qué y, sobre todo, adónde nos lleva la loca carrera por ganarle tiempo al tiempo, a costa de intentar hacer más cosas y vivir más intensamente en el menor tiempo posible, olvidando, simplemente, vivir de verdad el tiempo que se nos ha dado y que perdemos en esa loca carrera que, desde los medios de comunicación, se nos impone con la oferta continua de noticias, novedades y sucesos.

Estar informados sí es necesario; pero que el exceso de información del exterior no supla el conocimiento de la propia realidad vital y de la necesidad inexcusable de vivir la propia vida con el ritmo temporal que cada situación ofrezca y dando valor a lo que, de verdad, lo tiene. No se puede dejar de leer libros “por falta de tiempo”, excusa frecuentemente oída, mientras se pasan horas ante el televisor viendo “programas basura” o sin ningún interés, por ese falso prurito de estar “informado”. Ni se puede dejar de vivir la propia vida por exceso de interés en saber de la ajena, en una constante búsqueda de las últimas noticias que no es otra cosa que una huída constante de uno mismo y de la propia realidad a la que se teme llegar a conocer y, por ende, tener que enfrentarse a ella.

El discurrir del tiempo siempre es el mismo, pero es cada uno el que le da el ritmo que desea con mil y unas excusas que propicia la propia sociedad altamente informada y comunicada en la que estamos inmersos; quizás, porque de esa forma impedimos “tener tiempo” para saber cada uno quién es, qué quiere y a dónde quiere llegar, porque esas cuestiones o preguntas quedan tapadas por el tupido velo de las noticias, de esa supuesta “actualidad” que impiden pensar y ser conscientes de la propia realidad, la única que de verdad importa, interesa y es necesaria conocer para no convertirse en un mero espectador de vidas y hechos ajenos, pero ajeno a la suya propia y a la actualidad real que toda vida en su discurrir comporta.